Me pusieron Francisco, Francisco Sánchez Gómez, pero me dicen Pancha, yo siempre quise que me llamaran Mariposa porque me gusta volar, bailar. Mi familia quiso “enderezarme”, como si yo fuera un árbol, pero les dije: Primero enderecen a mi hermana, que es marimacha. Fue que me dejaron en paz, bueno, es un decir, porque viéndome vivir, se quejaban a cada rato en voz alta: “tu hermana salió hombre y tú saliste mujer, el mundo está de cabeza”
Soy soltera, aunque viví en unión libre en dos ocasiones. Vine a tener novio hasta los quince años, porque así es la costumbre de las jóvenes de mi pueblo, y fue un hombre casado, que nunca quise, que siempre me jaloneaba y manoseaba por las noches; a quien quise, no me quiso, así de enredada es la vida. Lo dejé bien pronto, era muy rústico, mira que decirme esa grosería, estábamos haciendo el amor en los sanitarios de la Casa de la cultura, yo me sostenía con las manos en la taza del retrete, y él detrás de mí, le dije muy decentemente que se apurara, porque olía mal donde tenía metida la cabeza, y el estúpido respondió burlonamente: “a poco donde estoy limando huele a rosas”. Nunca más lo vi y me dediqué a trabajar duro para sostener a mi madre y tener maneras qué presumir en las fiestas.
Me puse a adornar carretas, carros alegóricos y enramadas o stands. En mis tiempos libres, como buena teca, me ponía a vender de casa en casa frutas de temporada, o botanas de fiesta en fiesta. Me iba muy bien, puesto que aquí nunca faltan las pachangas y la gente es muy comelona, ¿quién no va comprar una rebanada de sandía o naranjas con los calores de Juchitán? Cuando se enfermó mi mamá ya tenía un buen ahorro, la atendí como se debe, la llevé con doctores e hice promesas a los Santos, pero pues ya venía de dios que se me fuera y se me fue. Me acuerdo cómo se carcajeó mi pobre madre cuando le pedí a la Virgen de Guadalupe que me hiciera el milagro de sanarla o que se fuera mucho a la chingada, también se rio durante una semana y media, cuando no quise entrar a la iglesia de San Vicente Ferrer de mi pueblo a pedir un milagro para su sanación, le dije:
--Aquí no, madre, ya le debo una promesa a San Vicente, que no he cumplido, y no creo que me otorgue otro milagro.
Le guardé luto como se debe, durante todo un año, pero a los cuatro meses de su muerte se casó mi prima Marta, y ya ven que las cervezas aflojan las entendederas, pues me levanté a bailar con mi comadre Chusy, y en la parte movida de la música se me agitó el cuerpo de manera descocada, la mirada de toda la gente se me fue encima y recordé mi luto, me apacigüé un momento, pero volví a darle recio al bailongo con tantas cervezas y buena música, lo único que atinaba a decir, dicen, es “total mi madre me pidió que no le guardara luto”.
Después de lo de mi madre, vinieron los pleitos de la Coalición, me gustó que los muchachos que estudiaban en México llegaran a su tierra en vacaciones a defender a los pobres. Cuando corrieron al director del Hospital Civil por no atender y maltratar a los enfermos, me integré de lleno con ellos, yo les enseñé a luchar como hombre, eran unos mocosos greñudos, que discurseaban muy bien, pero no le entraban a los catorrazos, y bueno, pues para eso me pinto solo, y luego ellos agarraron valor y nos organizaron, y peleamos hasta correr a los sinvergüenzas del RIP del Palacio Municipal. Por mi arrojo en las acciones en contra de las injusticias fue que inventaron lo de mi hombría, dijeron que en mi pene cabían, sentados holgadamente en fila, seis zanates; yo de broma les dije que el dato no era totalmente exacto, que cabían perfectamente cinco, porque el sexto se resbala donde hace chanfle mi sexo. Tomaron valor y fuerza los muchachos de la Coalición, nos ayudaron mucho, cambiaron el rostro de mi pueblo y mejoraron las condiciones de trabajo, pero de tanta fuerza y atrevimiento que tomaron se les fue la mano, hoy son el vivo retrato de los políticos sinvergüenzas que nos ayudaron a correr del Palacio Municipal cuando surgieron.
Siempre he sido honrada, así me enseñaron a ser de niña, la única vez que pequé de loca fue cuando me metí con aquel tosco casado, aunque a veces con el alcohol se me alborota la sangre y hago señas impúdicas a los jóvenes, ay, cómo me da pena lo que le hice a aquel guapo mujeriego, pero bien que se lo merecía, lo invité a bailar en la cantina y ni siquiera me miró, le dije: “Levántate, güero, baila conmigo”. El desgraciado miró a sus amigos y se echó una carcajada. Eso fue lo que me molestó, que lo voy levantando del cuello y jalándole la camisa, que todos los botones se desprendieron. Así, despechugado, lo jalé y tuvo que bailar conmigo. Ay, nana, ¿dónde saqué fuerzas?, quién sabe, pero lo hice bailar conmigo.
Ahora es que ya estoy achacosa, cualquier cosa me enferma, esta semana por ejemplo estuve sin poder obrar, fui con un amigo doctor y le dije:
--Vengo a verte porque llevo una semana sin poder hacer del baño y ya me duele hasta el entresijo.
--A ver -me respondió, quítate la ropa.
--Vine a que me revisaras y no a acostarme contigo -le reviré sonriendo y él soltó la risa.
--Muy bien -me dijo, mirándome desnudo-, dime, ¿cuando vas al baño, metes tu miembro en la taza, o lo dejas afuera?
--Doctor, en verdad me siento mal, no estoy para bromas, vine contigo porque mi asunto es cosa seria.
--Pues la pregunta es seria, Pancha, temo que si lo metes en la taza cuando vas al baño, tu asterisco se emociona tanto, viendo ese animalote que te cargas, y pues olvida su trabajo y solo espera que entre esa cosa y no que salga algo.
Cierto o no, me recomendó probar sacándolo de la taza y me recetó unas pastillas que mejoran cada día mi estómago.
Nunca hablo de mi padre, porque casi nunca me trató, me ignoró toda la vida, y eso vino a raíz de lo que le contesté cuando me encontró con otro hombre, le dije: “déjame ser, padre, tú ya cumpliste con nacerme, lo que suceda conmigo, ya no será culpa tuya, sino mía”. Nunca más me dirigió la palabra.
Ah, cómo me gusta recordar mis viajes, a Chahuites iba a la fiesta de San Isidro Labrador, donde comía mangos hasta hartarme, en la feria de San Matías, en Matías Romero, me iba muy bien porque conseguía novios, también nunca falté a la feria de la Virgen de la Candelaria en Ixhuatán, eso por mencionar los viajes más lejos, y no iba de paseo, bueno, iba en son de trabajo, pero aprovechaba para divertirme, llevaba a vender ciruelos encurtidos y dulces de todo tipo. Al Distrito Federal fui en una sola ocasión y juré nunca regresar, me llevaron junto con cuarenta personas más para protestar en contra del mal gobierno, pero me perdí en la multitud y nunca pude dar con mi comitiva, anduve perdido allí durante tres días, hasta que en la calle, me reconoció un paisano, que me dio el pasaje de regreso.
Pero, ¿por qué te estoy contando todo esto? Ah, es que me preguntaste mi nombre, mi estado civil y a qué me dedico, eres el chico del Censo. Pero me ganó la melancolía, la soledad, y me solté hablándote de todo esto, que de nada servirá para tu informe. Agradezco tu visita, porque ya nadie visita a nadie, y estas ingratas reumas me tienen postrado en la hamaca sin poder salir. Ya la vida corre de otra manera, por carriles a ninguna parte, perdimos el humor y las ganas de compartir vivencias. Ya nadie quiere ser como la gente de antes, como Pancha, trabajadora, platicadora, atrabancada pero respetuosa. La vida nos la pudrió las ideas modernas y la pobreza, que hoy se nos desbarata de puro vacío