La vida se puede medir en historias, en minutos, en anécdotas que van cimentando el carácter de una región. Oaxaca tiene alma de mujer, esencia de mujer. Estoica como es, esta recóndita Oaxaca vale que sea contada desde el fondo hasta el último suspiro.
Es por ello que surgen de la tierra los elementos más fértiles. Es cuna del legendario ahuehuete milenario, de los sonidos más entrañables, de las danzas más sorprendentes, de los hombres cabales, pero, sobre todo, de las mujeres que dignifican a la especie humana.
Julia y su poética provocan que en cada palabra vaya encarnando de entre el tiempo a la hija más prominente e importante del Istmo de Tehuantepec: Juana.
Mucho se ha supuesto alrededor de la figura de Juana Catalina Romero Egaña y no es halagüeño el discurso que desde la historia se vierte de ella. Se ha repetido hasta la náusea la misma cantaleta, "que si Juana hechicera, que si maldecía, que si no"... ¿Y si nos atreviésemos a conocerla?
Tuvo que venir otra hija de Tehuantepec para rescatar del olvido y la ignominia a Juana, la nuestra, la eterna.
Julia Astrid vehemente, Julia encarnada de esa pasión, Astrid atrevida, tenaz, dedicada puso al servicio de Juana su fina pluma y algo más de dos lustros para reconstruirla y confiarnos su heredad. Julia deja parte de sí misma en Juana para que sea ella quien cuente su propia historia. Julia, cronista del tiempo junta presente y porvenir de mano de un pasado glorioso que nos negamos a saber.
La grandeza de Juana cobra renovada luz de manos de Julia que, desde la razón, el corazón y la pasión la plasma en su libro.
Queda a nosotros el legado. Queda en la historia de México un motivo más de orgullo.