Difícil es el camino de la excelencia. Ancho y cómodo el sendero de la ignorancia y el prejuicio.
Cuentan que hace mucho tiempo existió en la Patria Zapoteca una persona a la que llamaban Ta Juan Bigu, que en español sería como Juan Tortuga. Se dice que su guenda, 'doble' o nahual era un quelonio, por lo que estaba destinado a vivir más de cien años y a tener la parsimonia de aquéllos.
Ta Juan Bigu había cumplido con los trece 'cargos' en la administración pública de su comunidad. Asimismo, había servido con humildad y diligencia los cincuenta y dos años que, en aquella época, estaban activos los ciudadanos. Podemos deducir, entonces, que cuando esta historia aconteció nuestro protagonista rondaría los setenta años.
Si existiera una categoría para designar a los bienaventurados, allí deberíamos ubicar al señor Tortuga. Gustaba de recostarse en la hamaca o en su butaca, donde recibía a propios y extraños, donde educaba amorosamente a sus nietos y gozaba de los placeres de la conversación, la deliciosa comida y los buenos tragos. Por ello, algunas personas lo envidiaban.
Cierta vez tuvo un sueño que lo mantuvo pensativo durante todo el día, porque entre los zapotecas existe una deidad de la ensoñación a la que denominamos Bidó Bacaanda', 'Espíritu de los Sueños', que revela cosas difíciles de creer, sean advertencias o dones.
En sueños le fue obsequiado un tesoro. Pero como Ta Juan Bigu ya se consideraba suficientemente dichoso, decidió otorgar a otros su regalo. "Mientras menos necesites, más acaudalado eres", dijo el septuagenario señor a dos de sus hermanos y a un par de sus vecinos, cuando les reveló el mensaje sagrado.
"¿Eres tan decidioso que no quieres ir tú mismo por el tesoro que te fue entregado en sueños?", le dijo uno de sus parientes. "A mi edad, es poco lo que yo podría hacer con lo que ha de estar escondido en donde les indicaré. En cambio ustedes, bien podrían salir de algunos apuros y congraciarse con sus familias o con el pueblo", contestó seguro, a pesar de haberle respondido con una ofensa disimulada, en lugar del agradecimiento merecido.
Después de dar santo y seña de la cueva donde se encontraba el tesoro, los convidados se retiraron de la vista de Ta Juan.
Caminaron dos o tres leguas para llegar al sitio indicado. No sin esfuerzo, ingresaron a la cámara natural en la que encontraron una pesada olla de barro. La alegría se dibujó en sus rostros cuando comprobaron que el Dios de los Sueños había dicho verdad. Pero terrible decepción, que pronto se transformó en asco y miedo, sintieron al abrir la tapa de la olla, pues una gigantesca serpiente enredada hallaron dentro, así como algunas otras alimañas.
Uno de los exploradores propuso dejar el objeto en su lugar; pero otro, con malicia, los invitó a llevar la olla hasta Ta Juan, para que la vívora le mordiera los pies. "Es lo que se merece, ya que por su culpa nos cansamos en vano", dijo molesto. Los demás aceptaron, después de una pequeña resistencia inicial.
Por la tarde, llegaron a la casa de Ta Juan Bigu aquellos cuatro hombres. Una ancha sonrisa se dibujó en el rostro del anciano, cuando los vio cargando una pesada olla, pues supuso que el sueño había resultado real.
"¿Qué tal les fue, amigos y hermanos míos, con la encomienda? Por lo visto no regresaron con las manos vacías", expresó contento Ta Juan. "Un tesoro encontramos, pero deliberamos y decidimos entregárselo a su verdadero dueño, que eres tú", dijo uno de los hermanos. Naturalmente que Ta Juan se negó y reiteró que el tesoro pertenecía a ellos, porque él así lo había decidido con todo su corazón.
Después de un intercambio de opiniones y resistencias, Ta Juan tuvo que aceptar la devolución del regalo. "Quédate allí en tu hamaca, que nosotros lo vaciaremos en tu regazo", expresó uno con satisfacción perversa. "Que sea como ustedes proponen", dijo tranquilo Ta Juan Tortuga.
Entre dos levantaron la pesada olla para que su contenido agrediera al soñante. Indescriptible fue la sorpresa de todos cuando comenzaron a caer macizas monedas aureas, piedras preciosas y otras joyas que, con sus dos manos, Ta Juan Bigu sopesó.
Después de agradecer la nobleza de aquellos hombres, el anciano rogó porque aceptaran al menos alguna pepita o un rubí. A final de cuentas, ellos habían transportado la pesada tinaja.
Con un poco de vergüenza, aceptaron y la historia finalizó con las siguientes palabras de Ta Juan: "Cuando uno procura hacer el bien a sus semejantes y a su comunidad; pese a que uno crea no necesitar más, si la divinidad desea recompensar, hasta a la casa lo vendrá a dejar".
Así dicen que sucedió hace varias generaciones entre los descendientes binnigula'sa'.
Gubidxa Guerrero Luis
Viernes 7-VIII-2020 | 14:54 horas
*Relato basado en una historia contada por el juchiteco Arnulfo Luis Velázquez, el Abuelo Nuco, que esta mañana referí a mi hijo Gusiubí y a mi pequeña familia.
**Ilustracion: Francisco Toledo