Antes de volver a abrir la Casa de la Cultura de Juchitán, por sus cincuenta años (el próximo), les sugiero que reflexionen en ella como un lugar de autonomía y de innovación: se dieron clases de zapoteco, de flauta de carrizo y de composición.
Se hicieron publicaciones locales inigualables en español y zapoteco, exposiciones reivindicando la historia y personajes locales y de arte universal; se promovieron músicos y artesanos de la región. Se hicieron las primeras grabaciones de música huave e investigaciones paralelas y pioneras. Se concentró una importante colección arqueologica absolutamente dilapidada y saqueada (ya antes del terremoto). Se denunciaron en su momento todas las represiones, arbitrariedades y atropellos políticos. Se formó un equipo de investigadores relevante.
Todo esto fue posible porque se le dio una dimensión política a la cultura; una visión libertaria a la lectura y una reivindicación regional a todas las actividades y exposiciones —y porque hubo recursos y un estatuto que nos permitían esta libertad autónoma.
Volver a hacer de la Casa un foco como aquel que los nutrió y cobijó requeriría un proyecto tanto político como cultural, regional y global. Hacer una Casa de la Cultura como todas las demás que existen en México (esa parte de las acciones le tocaba a Bellas Artes) es simple.
Si no se retoma como tal, poco importa que la restauración de tan hermoso lugar sea fiel o use vigas de concreto y ventanas de aluminio.
Trabajar así, sin autonomía nunca será posible. Debería haber nuevamente, me parece, un patronato que permita emular lo que fue. O que vigile su funcionamiento.
Pero si no se la reapropian, mejor déjensela a la Secretaría de Cultura para que haga su demagogia, sin pena ni gloria, y consérvenla como un bello recuerdo. Pero cámbienle el nombre, por favor.