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Tue, Apr

Ndaaya’, la bendición

Istmo
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Solemne, con una mirada apacible que da el paso de sus más de setenta años, Victoriano López deshila un sermón por donde asoman resquicios de viejas palabras, oraciones enhebradas con antiguas sentencias teñidas por su sangre zapoteca y por citas hilvanadas en el libro que dejara Casiodoro de Reina allá por el siglo dieciséis.

Ante la mesa del santo, que preside un Cristo crucificado al interior de un nicho encristalado, el xhuaana’ Victoriano, hombre respetable encargado de conducir la ceremonia de bendición para Manuel y Cecilia, quienes mañana se casarán por la iglesia católica, se dirige a novios, padrinos, madrinas y la madre de Manuel (Josué, con ajustada guayabera, hermano de ella, lleva el papel del padre).

En zapoteco señala Victoriano las bondades del matrimonio, los deberes, las obligaciones. Ella va a ser tu madre, le dice a Manuel; él va a ser tu padre, le dice a Cecilia. Luego recuerda el terremoto del año pasado y pasea su mirada por los asistentes al ritual, sentados en yoo bido’, la casa del santo, la tejavana habitada por la madre del novio, Margarita, a quien conocen en este pueblo dolorido como Ita Pau, mujer luchona, golpeada por la adversidad una y otra vez, pero no se quiebra, sigue remando a contracorriente para continuar como jefa de familia.

“Dios nos guarda, nos cuida, nos lleva con su mano generosa por este mundo, por eso nos salvó ese día que tembló en la tierra; si hubiera querido, nos hubiera abandonado en la desgracia, pero aquí estamos para ver a estos muchachos, para acompañarlos. Ustedes deben amarse siempre, esta unión es para siempre, no para unos días, unos años, en los tiempos buenos y en los tiempos malos”. Así dice el viejo Victoriano, que sabe también darle un ligero toque de humor a la seria ocasión.

Enseguida pregunta si están listos los panes y chocolates; entrega la sabrosa cortesía a los novios y padrinos de velación, apenas un par de minutos después una señora recoge las viandas simbólicas, que luego le serán dadas a la madrina. Tiende un petate ante la mesa del santo, llama a Manuel, los padrinos se aproximan y le ayudan a ponerse de rodillas; luego se repite la acción con Cecilia, y comienza la ceremonia de la bendición.

El xhuaana’ se persigna ante el cristo, cuyo nicho se halla rodeado de flores, y llama al padrino de velación, quien también se persigna, toma con la mano izquierda la cabeza del novio y con la diestra señala una cruz sobre la frente de éste. El padrino da un paso y hace lo mismo con la novia. Así desfilan luego: la madrina, los padres de Manuel, los padrinos de cantarillas y los familiares del novio. Los padrinos de Velación regresan y ayudan a ponerse de pie a quienes mañana se casarán en la iglesia de la Santa Cruz, allá al pie del cerro.

Termina la ceremonia, desposantes, Ita Pau, Josué y los padrinos de velación, encabezados por Victoriano, encaminan sus pasos a la casa de Cecilia, donde se desarrollará este mismo ritual. Se despiden todos en medio de sonrisas y buenos deseos. Aunque los personajes principales no dejan de sostener el gesto serio.

A un lado de la tejavana, en tinas y cazuelas, reposan gallinas desplumadas y la carne fresca de una vaca sacrificada esta tarde. Hierve en la caldereta el aromático café, la comadre Carmen ofrece bollos y marquesotes. Al fondo se oye la carcajada de Lupe Xhen; acá cerca, junto a la mesa donde brilla un pescado recién sacado de las brasas, la vecina Antonia Cu Muuna’ se regocija con sus léperas palabras.

Por la calle, sobre la noche oscura, el nortazo anuncia un nuevo casamiento con su ulular de ciento veinte kilómetros por hora. El tronido de los cohetes, reventados a la hora de la bendición –ndaaya’- comunica al pueblo lo sucedido.

Señoras, alisten el holán para la enagua. Señores, preparen la garganta para los amargos fermentos y la espléndida botana. Hay fiesta al pie del cerro, mañana sábado. ¡A despellejar el dolor, que la alegría vuelve!

Santa María Xadani, enero de 2018.

 

Senado de la república