La voz huipil es un término náhuatl que se refiere a la prenda que cubre el torso de las indígenas mexicanas. Juan de Córdova en su Vocabulario castellano zapoteco del siglo XVI lo registra como: pitàni. Señala que esta vestimenta fue usada por las zapotecas y la llamó “Camisa de mujer india”.
El Códice Vaticano Ríos, advierte que el huipil de las mujeres zapotecas en la época prehispánica era una obra galana de vivos colores. En este códice se ve la imagen de dos mujeres. La segunda de ellas, de izquierda a derecha, es la que corresponde a las zapotecas. El huipil que porta es una prenda sin mangas, larga, pues rozaba los muslos; de cuello en ‘v’. En el cuello se ve la imagen de un animal no identificado. Tiene diseños en los dos costados: pequeños círculos, que quizá representen jades. En el borde inferior se miran varias franjas, probablemente simbolicen agua. El huipil se elaboraba en un telar de cintura y constaba de un solo lienzo. La tela solía ser de algodón, seda silvestre y henequén.
Desconocemos como era esta prenda en la época colonial, pero el siglo XIX la sorprendió corta, pequeña. El huipil se retrajo algunas veces hasta la cintura de la dueña y otras veces hasta casi rozar el ombligo: así lo atestiguan algunas litografías de Linatti, de Antonio García Cubas y las fotografías de Frederik Starr.
A finales de ese siglo el huipil comenzó a sufrir una transformación en su forma y en su fondo debido a dos factores: uno de ellos fue cuando Inglaterra introdujo telas estampadas más baratas procedentes de Europa y de Asia por Belice. Esto colapsó la elaboración de las prendas femeninas en el telar de cintura. Los zapotecos comenzaron a intercambiar la sal que producían por las telas traídas desde el extranjero. La segunda causa fue la llegada de los barcos a Salina Cruz procedentes de Estados Unidos, Francia e Inglaterra que dejaron en el puerto telas, encajes, entre otras cosas, pero sobre todo una máquina que vino a revolucionar el huipil, la máquina de coser Singer. Desde entonces el huipil mudó de la manta al terciopelo, al satín, la muselina y la seda.
Así lo halló Miguel Covarrubias en la década de los 30’s del siglo XX. El cuello se tornó redondo, se volvió un poco más holgado en Juchitán, se llenó de formas geométricas, de cintas, de flores como el clavel, la rosa, el toloache, guie’ xhuuba’ , guie’ chaachi’ , se trocó en un jardín ambulante, un edén de colores. Miguel Covarrubias lo nombró blusa o corpiño.
Desde aquí el huipil era diverso: los diseños, las formas, los colores y la textura se metamorfosearon. Había tres maneras y estilos para lograr esta diversidad, una de ellas era con la máquina Singer, de aquí surgieron los huipiles hechos con cintas; los huipiles de cadenilla que se encariñaron con las formas geométricas, cuyos nombres nos remiten a la época prehispánica: “garra de tigre”, “serpiente”, “estrella” y “escama de pescado”. Con la Singer se elaboraron prendas humildes como los bidaani’ zá doo “huipil de un solo lazo”. Otra forma de hechura era con una aguja de gancho de tejer llamado por esto tejido. Otra más, con una aguja 3x, llamado bordado.
Hoy el huipil es una prenda que contiene una rica información que nos habla del estatus social de las mujeres, de sus estados de ánimos, de sus edades, de sus visiones estéticas: un huipil bordado a mano, es más caro y lujoso; un huipil blanco es señal de matrimonio; un huipil negro es señal de luto y de melancolía. Las ancianas conservadoras usan más esta prenda en color café, azul y morado; las jóvenes la prefieren con más colores, con más diseños, con más formas, con más detalles.
Hoy el huipil sigue transformándose en el Istmo de Tehuantepec, adaptándose a las modas, desafiando al tiempo y a la modernidad.